Centro Fonseca

Ignacio de Loyola: una espiritualidad luminosa

Sobre los fieles, encima de las columnas que rodean el espacio central, está el gran semicírculo cerrado por nueve vidrieras rectangulares, adoptando la modalidad de vidrio en hormigón, con una amplitud de sesenta metros cuadrados que aportan a la Iglesia la luz de la vida y espíritu de Ignacio de Loyola. Pretenden representar el significado y los hitos clave de la Autobiografía del Santo, tal y como la entendió la Compañía de Jesús de los primeros tiempos.

Herido en Pamplona

La primera vidriera representa a un soldado herido, evocando a Ignacio de Loyola caído en el sitio de Pamplona. Esa herida supondría un doloroso tratamiento y muchos días de inacción. En ese tiempo Íñigo quiso entretenerse leyendo. Pidió libros, “mas en aquella casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron un Vita Christi y un libro de la vida de los Santos en romance”. De pensar en hazañas de caballeros, representadas en la vidriera por la espada, pasó a querer seguir a Cristo e imitar a los grandes santos. Como en la caída de Pablo camino de Damasco (Hech 9) este es el punto de arranque de una nueva vida para Ignacio.

Visiones en Loyola

La segunda vidriera refleja un hito muy importante en el camino inicial de Ignacio: “Estando una noche despierto, vido claramente una imagen de nuestra Señora con el santo Niño Jesús, con cuya vista por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó con tanto asco de toda la vida pasada; y especialmente de cosas de carne, que le parecía habérsele quitado del ánima todas las especies que antes tenía en ella pintadas.” Esta escena representa el profundo cambio interior que experimenta Ignacio; aún no se percibe claramente desde fuera, pero Ignacio tiene ya otras metas, otros deseos, otro orden afectivo. Aunque con mucha inmadurez todavía, (“Si otros lo han hecho… yo lo he de hacer…”), sus modelos son ya distintos y sus aptitudes y actitudes se van reorientando hacia lo que después llamará el mayor servicio divino.

Cambio de vestimenta

En la autobiografía Ignacio nos cuenta un hecho que manifiesta que el cambio profundo producido en Loyola se manifiesta fuera y se convierte en un cambio integral de su persona. “La víspera de nuestra Señora de Marzo en la noche, el año de 22, se fue lo más secretamente que pudo a un pobre, y despojándose de todos sus vestidos, se los dió, se vestió de su deseado vestido, y se fue a hincar de rodillas delante el altar de nuestra Señora; y unas veces desta manera, y otras en pie, con su bordón en la mano, pasó toda la noche.” En la tercera vidriera vemos a Ignacio arrodillado y en oración que rompe con su mundo anterior y con las vanidades del mundo y da sus vestidos a un pobre. El Ignacio que todos ven es ya un Ignacio profundamente cambiado.

Su experiencia de Dios va engendrando la Compañía de Jesús

Aquí, en la vidriera central, aparece el «IHS» (las tres primeras letras del nombre de Jesús en griego) que retoma San Ignacio hasta hacerlo signo identificativo de la Compañía. “Mas luego después empezó a tener grandes variedades en su alma, hallándose unas veces tan desabrido, que ni hallaba gusto en el rezar, ni en el oír la misa, ni en otra oración ninguna que hiciese; y otras veces viniéndole tanto al contrario desto, y tan súbitamente, que parecía habérsele quitado la tristeza y desolación, como quien quita una capa de los hombros a uno.” Ignacio está descubriendo el discernimiento de espíritus. Según Nadal, la Autobiografía es el lugar hermenéutico en el que la Compañía de Jesús se encuentra consigo misma. El IHS ocupa la vidriera central porque en la vida y experiencia de Ignacio la Misericordia de Dios va preparando el nacimiento de la Compañía de Jesús.

Peregrinación y etapa purgativa

El báculo y la calabaza de peregrino serán durante un tiempo considerable las señas de identidad de Ignacio: en la autobiografía se llamará a sí mimo “El Peregrino”. Su camino será intenso y lleno de todo tipo de pruebas y persecuciones. “Y llegando a un pueblo grande antes de Monserrate, quiso allí comprar el vestido que determinaba de traer, con que había de ir a Hierusalem; y así compró tela, de la que suelen hacer sacos, de una que no es muy tejida y tiene muchas púas, y mandó luego de aquella hacer veste larga hasta los pies, comprando un bordón y una calabacita, y púsolo todo delante del arzón de la mula.” Es una época tormentosa, con escrúpulos, purgativa. Ignacio se cuestiona todo y llega a pensar en suicidarse. Poco a poco irá encontrando respuestas… y paz: “¿Que nueva vida es esta que agora comenzamos?” Esta etapa es la que se representa en esta vidriera que resalta el bordón y el báculo del peregrino (los elementos constantes que él mismo siente que le definen) sobre un fondo turbulento.

Etapa iluminativa

Pasada la etapa purgativa, Ignacio va a vivir un estado de consolación habitual, todavía peregrinando y buscando concretar su vocación y su misión. “Parte del tiempo gastaba en escrebir, parte en oración. Y la mayor consolación que recebía era mirar el cielo y las estrellas, lo cual hacía muchas veces y por mucho espacio, porque con aquello sentía en sí un muy grande esfuerzo para servir a nuestro Señor.” Otros motivos, como la estrella, el barco en que recorrerá el Mediterráneo, y el monograma pueden adivinarse en la vidriera.

El río Cardoner y los Ejercicios. Su Misión: AMDG

A la izquierda de la vidriera, aparece un Ignacio sorprendido por una iluminación que cambia su vida: es una referencia al Cardoner, lugar en el que tiene una experiencia de la que arranca una comprensión nueva de la realidad creada, de la historia y del Plan de Dios. Empieza una etapa en la que va entendiendo su misión apostólica, comienza a buscar compañeros, va escribiendo partes de los que serán los Ejercicios, etc. Y un estado de consolación habitual le acompaña incluso en situaciones no fáciles y de incomprensión e incluso de persecución eclesiástica. “A este tiempo estaba el dicho en una camarilla, que le habían dado los dominicanos en su monasterio, y perseveraba en sus siete horas de oración de rodillas, levantándose a media noche continuamente.” En la otra mitad de la vidriera hay otra escena con Ignacio ante un libro señalando al acróstico ignaciano AMDG (Ad maiorem Dei gloriam: Para mayor gloria de Dios). Abajo, a la derecha, una cadena recuerda que Ignacio estuvo varias veces en prisión donde surgieron muchos de los escritos que irían componiendo los Ejercicios Espirituales que iba transmitiendo a sus compañeros y seguidores.

La Storta

“Os seré propicio en Roma”. La penúltima escena recuerda la aparición de Jesús con la cruz a cuestas a Ignacio, camino de Siena a Roma con Fabro y Laínez… “Y estando un día, algunas millas antes de llegar a Roma, en una iglesia, y haciendo oración, sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo.”

La vivencia de ser puesto con Cristo en su Cruz

Ignacio, al volver a Roma, tiene que centrarse en escribir las constituciones y muchas cartas… Sin embargo, vive la Storta en una consolación vicaria, a través de las cartas que recibe de Javier y de las noticias que le llegan de los compañeros que con un ritmo trepidante se van expandiendo por todo el mundo. Llegan noticias de martirios, de persecuciones, de calumnias, etc. Esta situación hoy continúa en la historia de la Compañía. La última escena está dedicada a “Los Mártires de la UCA”. Refleja el impacto producido por la muerte de ocho personas en la UCA, «Universidad Centroamericana José Simeón Cañas», de El Salvador, cinco españoles y tres salvadoreños, el 16 de noviembre de 1989, poco antes de la construcción de este templo. En ella se muestra la trágica muerte de dos religiosos que caen hacia atrás levantando la cabeza aureolada, uno con las manos cruzadas ante el pecho, otro unidas en oración. Unos rayos oblicuos les iluminan, dominando en el lado izquierdo unos soldados rígidos que disparan sus armas contra las víctimas. Como en el martirio del protomártir S. Esteban (Hech 6), mueren viendo los cielos abrirse…, engendrarse la nueva vida. Es la viva imagen de los seguidores de Ignacio de Loyola que, a ejemplo de Jesús, dan la vida por los demás. En ellos están representados tantos jesuitas y colaboradores que, a lo largo de los tiempos, dieron con su vida testimonio del mensaje de Jesús.

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